Ninguno de los escritos del Antiguo y del NT ha intentado explícitamente la elaboración sistemática de una antropología desde la perspectiva de las ciencias naturales, o de la filosofía o de la teología. Dada la multiplicidad de estratos en el caudal de representaciones antropológicas, procedentes de los más diversos tiempos y estratos de la tradición, la respuesta a la pregunta sobre una a. constante en la Biblia depende en gran medida de la perspectiva personal del intérprete. El enfoque de una psicología metafísica y más aún el de una fenomenología basada preferentemente en las ciencias naturales o en la bio-psicología, son insuficientes para interpretar los testimonios de la Escritura con su intención primariamente religiosa. El análisis de la concepción de la existencia, inaugurado por el -> existencialismo, puede ser fructífero en cuanto él parte justamente de que, a toda inteligencia histórica del «mundo» precede una correspondiente e indisolublemente unida autointeligencia del hombre, de modo que esa autocomprensión reviste una importancia central como horizonte de toda declaración antropológicamente relevante. Es evidente que el planteamiento del problema con relación a la Biblia ha de enfocarse y elaborarse desde un plano teológico. Mas parece posible prescindir de ese requisito, pues en los testimonios bíblicos el problema teológico y el antropológico se presentan en el fondo como una misma y única cosa. En efecto, al hablar de Dios y de Jesucristo, de la creación e historia de la salvación, de la vida y la muerte, del pecado y de la justificación, de la salvación y del juicio, se expresa simultánea y muy profundamente la concepción del hombre y de su situación (que la Biblia nunca estudia en «sí misma», sino siempre con relación a Dios). Ahora bien, en cuanto esta «interpretación» de la autoconcepción humana (como existencia desde y ante Dios, o alejada de él) que se da en la Biblia tiene un carácter revelado, a base de ella cabe hacer afirmaciones sobre el hombre «absolutamente obligatorias» y presentarse con la «pretensión de que, por primera vez ahí. y sólo ahí, se lleva al hombre a un conocimiento experimental de su propia (concreta e histórica) esencia, la cual, de otro modo, quedaría oculta para él» (K. Rahner, cf. ).
Antiguo Testamento
Bajo los insinuados presupuestos hermenéuticos, a los multiformes textos antropológicos del AT les corresponde un peso muy diverso. Los temas esenciales son: el todo personal, la relación con Dios como miembro del pueblo que vive en la alianza, el carácter creado, la responsabilidad, la conciencia del pecador y la esperanza de salvación en el hombre.
El hombre históricamente existente, en su relación al mundo y a Dios, es considerado como un ser unido a la tierra y creado por Dios, como un todo vivo y personal. La importancia teológica de esta consideración del hombre como un todo, por la que él es visto bajo varios aspectos principales (rúah, nefef, básár), como «carne», como «alma» y como «espíritu», pero no como una realidad compuesta de partes, se pone de manifiesto en el hecho de que la salvación y la condenación afectan indivisamente al hombre entero. En cuanto todo personal (representado preferentemente por el «corazón», leb, el órgano de los sentimientos y de las fuerzas de la inteligencia y de la voluntad), el cual es concebido decisivamente como «voluntad», el hombre no «posee» alma y cuerpo, sino que «es» alma y cuerpo. Así la esperanza de sal. vación en la época posterior del AT se manifiesta como esperanza de la resurrección (Is 26, 19; Dan 12, 2s; 2 Mac 7, 14), pensamiento que el NT asume y desarrolla (Mc 12, 18ss; Jn 6, 39ss; Act 24, 15; 1 Cor 15); y, en cambio, la idea de la -> inmortalidad del alma (Sab 2, 22s; 3, 4), procedente de una concepción antropológica tan distinta como es la griega, no fue elaborada ulteriormente en el ámbito bíblico
De cara a Dios, en la imagen del hombre, además de su condición de aliado y de su estructura dialogística, domina la conciencia de su carácter creado. Pero la total impotencia y dependencia del nacido del polvo (Gén 3, 19), no excluye la dignidad que corresponde al hombre por ser imagen de Dios, ni su posición dominadora en el mundo vo (Gén 3 ,19) no excluye la dignidad que (Sal 8).
Las dos narraciones de la creación (Gén 1-2) ven reflejada la esencia del hombre en la descripción de su creación; él es la criatura excepcional (Gén 1, 26ss; 2, 7) que está capacitada para hablar, asemejándose así a Dios (Gén 2, 19s), es el representante de Dios en el mundo terreno y, como persona y a pesar de su caducidad, el «tú», el socio de Dios. Creado como varón y mujer (Gén 1, 27; 2, 18-21ss), el hombre es tan profundamente «yo» como «tú» en el amor personal.
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